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domingo, 11 de diciembre de 2016

Un día distinto…

Otra vez vuelve a sonar el bus… y dentro de media de hora volverá a pasar el tranvía… ¡así no hay quién duerma!.

En fin, son las seis de la mañana, me voy a levantar porque es difícil conciliar el sueño, ¡otro día igual!. Siempre me pasa lo mismo, tengo la espalda reventada y vuelve a hacer demasiado frío, será mejor que me quite rápido de en medio, porque ahora pasa también el camión de la limpieza, y como estos no tienen compasión, no quiero acabar empapado, que con el tiempo que hace puedo coger una gripe o algo peor.

Así que, lo que hago siempre nada más me levanto es cambiarme de sitio y luego reponerme, porque no os podéis imaginar lo mal que te encuentras cuando duermes en la calle. Sí, soy un vagabundo, llevo ya muchos años tirado en la calle, y creo que nunca me acostumbraré a dormir a la intemperie; es imposible descansar, me levanto con dolores en todo el cuerpo, mareado, aturdido, tiritando y con la garganta caliente, siempre con la amenaza de ponerme malo, debido a la humedad que cae por la noche. Pero bueno, estoy contento, he sobrevivido hasta el amanecer, puedo darme por satisfecho.

Comienza la actividad de la ciudad, y lo que hago a continuación es guardar los cartones y las mantas que pude conseguir. Tengo un nuevo escondite, espero que no lo encuentren y me vuelvan a robar mi kit de supervivencia, esperemos... es todo lo que tengo. Sospecho que la última vez no fue otro mendigo, fue la señora que vive enfrente, en ese piso que tiene un banco en el bajo, esa mujer siempre me mira con mala cara y me vigila, ni siquiera me ha hablado nunca, pero me asesina con su mirada cada día, y ha puesto a toda la comunidad de vecinos en mi contra; tanto es así, que el señor que de vez en cuando me traía algo de comer, ya no lo hace, por lo visto lo ha amenazado con denunciarlo, no sé… ¿Qué le habré hecho yo?.

Tengo lo justo para tomarme un café, pero no me dejan entrar nunca en los bares y cafeterías, es como si mi dinero tuviera menos valor, veo las miradas de sus ojos, desprenden repulsión, porque creen que se van a contagiar de algo. Entonces tengo que desplazarme fuera del centro, casi a las afueras, para tomarlo en un pequeño kiosco donde el hombre parece amable, pero no creo que dure mucho, porque el dueño ya le echó la bronca por servirme el café, dice que no quiere a gente de mi calaña por aquí... ¿acaso me conoce?, otra humillación más… ya estoy acostumbrado.

Asoma el sol, y la gente sale de sus casas a toda prisa para ir al trabajo. Un trabajo, ¡cómo desearía poder trabajar!, la gente sueña con que le toque la lotería, yo sueño con un trabajo, de lo que sea; pero ya he desistido, nadie me quiere y con la crisis que hay ahora, menos aún; lo he intentado de todas las maneras, pero cada día me hundo más… he pedido ayuda, pero nadie me hace caso… es como si no existiera.

Me siento en el banco del parque y veo como pasa la vida, el ritmo que tiene la ciudad y no sé qué hacer, me noto un trasto tirado, no sé a dónde ir… otros pobres compran un cartón de vino, para que se pase más rápido el tiempo y la embriaguez les borre sus angustias. Yo no he llegado a eso, y el último con el que hablé, me dijo - ya llegarás, ya llegarás -, quizás tenga razón.

Cuando pasa un rato me levanto y deambulo por las calles, la gente me mira con repugnancia y se echan a un lado, como si fuera un imán, los repelo a cada lado; vuelvo al centro y allí me siento junto a una farola, para pedir dinero, a ver si hay suerte y consigo algo para almorzar.

Ya se acerca la Navidad, el alumbrado está puesto, y la gente va como loca de tienda en tienda, buscando regalos y caprichos de todo tipo. Realmente veo lo enferma que está la sociedad, y es muy triste oír como en estas fechas, hay que ser mejores personas y ayudar al prójimo, fíjate acaba de pasar un cura, y ni siquiera me ha respondido, ¿entiende este hombre lo que significa la Navidad?, bueno, tampoco me asombra, son todos iguales. La mayoría ni me miran, y el resto, lo hace con el rabillo del ojo, no sea que les atraque o les pueda contagiar no sé qué, ¡qué absurdo!.

Luces, colores, villancicos, supuesta alegría, felicidad, pero están completamente vacíos, no parecen seres humanos, qué lástima, no se dan cuenta de lo afortunados que son.

Se acerca el mediodía, y tengo mucha hambre, he conseguido tres euros solamente, al menos me dará para comprar un bocadillo y un poco de fiambre. Vuelvo a alejarme del
 centro para poder comprar en un pequeño supermercado, donde hay una cajera que no me

 mira mal, y de vez en cuando me ayuda; es una mujer muy buena, en el barrio le dicen la loca de los gatos, porque cuida a unos gatitos que están en un solar abandonados, a parte, cuida de su madre enferma, y con todo lo que tiene, sus ojos siguen brillando… parece entender lo que es la vida, pues siempre me dedica su mejor sonrisa y me da ánimos. Hoy no me ha podido ayudar, porque el encargado se ha dado cuenta que me daba la comida que caducaba en los próximos días y que siempre tiran a la basura; le ha montado un follón, aun así me ha dado un refresco, ¡es un ángel!, ojalá hubiera más personas como ella.

Mientras comía mi bocadillo, sentado en una esquina donde hace menos frío, se ha acercado Milú, es un perrillo vagabundo como yo, de color negro, el pobre está en los huesos. ¡Cómo me alegro de verte, pensé que la habías palmado amigo!, hacía una semana que no te veía, ¿quieres un poco de mi bocadillo?, ten, termínatelo tú colega, eres un buen perro y no te mereces vivir en la calle. Tienes heridas en el lomo, ya te han vuelto a pegar patadas los jóvenes del parque, lo siento mucho amigo, deja que te las limpie al menos.

Vaya… me he quedado dormido, últimamente no ando bien de salud y estos dos días atrás no he comido nada, pues por lo visto, según me dijeron una vez en urgencias, tengo piedras en el riñón y tenía mucho dolor, no podía ni levantarme. En el hospital a veces me dan una pastilla para la inflamación, pero me echan rápido de allí. Milú no está, ya se ha marchado, hace bien, pues mientras comía pasaban unas señoras diciendo que esta noche iba a caer un temporal, y a lo mejor hasta nevaba, espero que no sea así.

Voy a buscar algo para cenar en los contenedores, antes de que sea más tarde, porque si va haber tormenta, tendré que buscar algún sitio mejor si no quiero morir de frío, ya que en el albergue me quedé los tres días que te permiten dormir, eso, si alcanzas a llegar temprano, de los primeros a la cola, claro.

Han pasado las horas y no he conseguido nada para cenar, pero me preocupa más el frío, voy a buscar mis cartones y mis mantas, pero ¡no están!... seguro que ha sido la mujer de antes, porque está asomada a la ventana, ¿cómo puede tener tanta maldad?. Tengo entonces que apresurarme.

Ya son las diez de la noche, la gente termina de hacer sus compras y se marcha a casa, a un hogar donde comerán un día más y estarán calentitos. Yo no tengo hogar, nadie que me espere, no tengo nada, las calles están desiertas y me encuentro muy solo… estoy en un pequeño portal que tiene los cristales rotos, porque encontré un cajero, pero otros sin techo llegaron y me echaron; tengo demasiado frío, no tengo mantas, no dejo de temblar, creo que tengo hasta algo de fiebre, tengo hambre, no me siento bien y ha empezado a nevar. Me encuentro muy cansado, no entiendo esta vida, no comprendo porque nadie me ayuda, y llevo ya una hora llorando; estoy agotado, ¿por qué esta mala suerte?, si yo no soy mala persona, siempre he tendido una mano al que me lo ha pedido, no comprendo nada, no le importo a nadie, soy invisible al mundo, me siento una mierda. Cada vez hace más frío y lo único que pienso es poder pasar esta noche como sea, sobrevivir y llegar a ver mañana la luz del sol… tengo miedo, no sé si… esta es mi realidad, nunca hubiera pensado...

“Esta es la historia de un hombre cualquiera, desgraciadamente esa misma noche murió entre temblores por la tormenta helada, y a nadie le importó. No te voy a decir su nombre porque no te ha interesado, no voy a hablarte de su vida pasada porque tampoco te has preocupado, te apartaste de su lado cuando deambulaba por el centro de la ciudad y nunca sabremos, si tú le hubieras ayudado, si quizás, aun estaría vivo. Un vagabundo menos, ¿qué más da, verdad?, tú ya tienes bastante con tu vida; ahora cerca de tu casa hay otras historias iguales a esta, en idéntica situación, con el mismo sufrimiento…

Al menos, espero que hayas podido meterte en la piel de este hombre, y haber imaginado a través de sus ojos el desprecio y el horror de la soledad, para poder valorar una forma distinta de vivir a la tuya”.


6 comentarios:

  1. Cuando veo a alguien así, me remuevo por dentro, suelo darles algo siempre, lo que puedo, cuando puedo, pero siempre me queda el mal sabor de boca de dejarles atrás, con su destino. Siempre me pregunto cómo han llegado a estar en la calle sin nada, solos, a su suerte... Cada vez hay más gente sin techo, cada vez más miseria, y no imagino qué tiene que ser arrodillarte la primera vez, para pedir, buscar donde dormir esa primera noche, y todas las que vendrán, al raso, en invierno... Ponerte a su altura, y mirar desde su lugar, en el suelo, mirando el ritmo frenético del resto, invisible y repudiado... Perderlo todo. TODO. A partir de un punto parece que no hay retorno, cuando llegan a quedarse en la calle, parece que están sentenciados. Muy duro.

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  2. Tienes razón, es un relato duro, pero la realidad es aun peor, y esto pasa cada día... hay que actuar. Gracias por tu comentario, un abrazo.

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  3. uffff me rompo de dolor, yo siempre siempre intento ayudar, de echo ayer intente enseñar a mi peque,le compramos a uno un almanaque ( q nos vendia) y a otro le dimos monedas ( no centimos ).Hay otro q le compramos de comer, Pero ufff..ojala la gente fuese mas solidaria, q pena de sociedad!!!
    Pero fijaros...quien esta a su lado, ellos nunca nunca....nos abandonan!!

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  4. Es lamentable la indiferencia de la sociedad ante el dolor ajeno ya que nos habla de una profunda falta de solidaridad entre los seres humanos. Pero es peor aún que los estados de cualquier país, pues es igual en todos con la escusa de falta de presupuesto no se avoquen a resolver de raiz el problema de la indigencia y solo ofrescan paleativos (comida o techo por escasos días) esa no es la solución la gente vive 365 días.
    Y no hablo de limosnas esporádicas sino de verdaderos programas de integración.
    Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien caresca de lo fundamental, pero esto es una utopía ya que el indigente por que razón no lo alcanzo a comprender siempre ha existido a lo largo de la historia en cualquier país del mundo y bajo cualquier régimen político.

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    1. Tenemos que cambiar de forma individual. Gracias por tu comentario.

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